Juan J. Paz y Miño Cepeda - Doctor en Historia.
Secretario del Comité Ejecutivo-Presidencial del Bicentenario
En los últimos años ha surgido en el Ecuador una corriente revisionista sobre la historia de la Independencia, que adopta diversas posiciones: minimiza a la Revolución del 10 de Agosto de 1809, le resta su valor como movimiento autonomista, la combate desde perspectivas regionalistas, la cuestiona como acto elitista, la crítica por ser causa de un “patriotismo heroico”, la interpreta como un simple acto de tipo “monarquista”, la niega como un hecho de identidad nacional, la considera un mito, etc.Es interesante observar que la corriente revisionista se ha agudizado con motivo de la celebración del Bicentenario. También es necesario conocer que esa corriente revisionista ha aparecido en los otros países latinoamericanos que conmemoran sus propios bicentenarios. Y, lo cual debería llamar la atención, en mucho es motivada por escritores extranjeros (Estados Unidos y Europa) ajenos a la visión latinoamericana, cuyas tesis, a veces sustentadas en un manejo de fuentes empíricas abundantes, han producido el encantamiento de ciertos autores nacionales, que pueden lucir su posición revisionista como signo de sabiduría, madurez académica, rigurosidad conceptual y objetividad histórica.Hace más de una década, cuando América Latina se acercaba a la celebración de los 500 años de la llegada de Cristóbal Colón a lo que sería el nuevo continente (1492-1992), ocurrió un fenómeno parecido. También se estrenó una corriente revisionista que procuró superar aquello que se decía es la “leyenda negra” de la conquista, para hablar del “encuentro” de dos mundos. Pero, en lo de fondo, tras ese concepto se matizaba, se suavizaba y se pretendía encubrir con un “rostro humano”, el hecho brutal de la conquista, el sometimiento y la destrucción de las culturas aborígenes americanas.Algo parecido sucede en el presente a propósito del Bicentenario. Porque si se examina con suficiente cuidado académico, la corriente revisionista a lo que finalmente conduce es a negar nuestras magnas fechas históricas latinoamericanas y, por supuesto, a quitar de por medio al 10 de Agosto de 1809 en el Ecuador.Es decir, a dejar a los latinoamericanos y específicamente a los ecuatorianos y ecuatorianas, sin su propia historia, que entonces parece no valer. Se asume una posición arrogante, por encima de los hechos sucedidos, pero con una visión desde el siglo XXI, que reniega de ese pasado glorioso de nuestros países tendiendo a sostener que no merece la pena convocarse a celebraciones, porque ello luce demasiado “patriotero”, “heroico” y “nacionalista”.Contra esas posiciones revisonistas es preciso reafirmar lo que fue nuestra historia, pues los hechos de la Independencia forman parte de nuestro patrimonio histórico y deben construir la fuente de nuestro orgullo nacional y latinoamericano.Hace doscientos años, un grupo de la élite criolla de Quito se atrevió a movilizar los nuevos conceptos políticos sobre soberanía, representación de los pueblos, autonomía, constitucionalismo, republicanismo, democracia y libertad, entre otros. El 10 de Agosto de 1809 se inició el proceso de la Independencia del Ecuador. Y hablamos de “proceso”, porque la Independencia, que solo se produjo trece años más tarde, tuvo varias fases.
Entre 1809-1810, en el primer momento, la Junta Suprema de Quito combinó el autonomismo con el “fidelismo” a Fernando VII, hecho bajo las condiciones de crisis de la monarquía española. En todo caso, entre los próceres hubo desde independentistas radicales hasta monárquicos convencidos. Pero todos guiados por un sentido autonomista precursor en América Latina, lo cual les motivó a conformar un gobierno local criollo, con todos los aparatos de un régimen político autónomo.En la segunda fase, entre 1810-1812, Quito se radicalizó, a consecuencia, sobre todo, de la escandalosa matanza de los próceres, ocurrida el 2 de Agosto de 1810. Se llegó a la reunión del Congreso de Diputados, que dictó, el 15 de febrero de 1812, la primera Constitución, que creó el Estado de Quito, plenamente libre, soberano e independiente, que apenas reconoció al Monarca siempre que se sujetara a la misma Constitución. El Estado de Quito vivió poco, pues a fines de ese año el cerco antirrevolucionario y la derrota de las tropas quiteñas, permitió restaurar el poder español.La tercera fase, entre 1812 y 1820 fue para Quito la del sometimiento permanente. Las nuevas protestas y movimientos no arrancaron más allá de lo posible. Al mismo tiempo, en otras regiones Hispanoamericanas había estallado la lucha independista y en 1819 incluso se había llegado a la fundación de la Gran Colombia soñada por Simón Bolívar.Entre 1820 y 1822 se dio la fase definitiva del proceso emancipador del actual Ecuador. Se inició con la exitosa firme y plenamente independentista Revolución de Guayaquil, el 9 de Octubre de 1820, producida bajo circunstancias absolutamente distintas a las que había confrontado Quito una década atrás. Gracias a ella e inmediatamente contando con el apoyo y garantía de tropas grancolombianas y de otras llegadas de distintas regiones latinoamericanas, fue posible la liberación definitiva de la región Andina y, sin duda de Quito, en la Batalla del Pichincha, el 24 de Mayo de 1822. A los cinco días, Quito se unió a Colombia. La incorporación de Guayaquil fue más compleja y se logró gracias a la presencia de las tropas de Bolívar y el reconocimiento de la mayoría de los partidarios grancolombianos en la ciudad. En ese complejo y largo proceso de nuestra independencia, lo que se inició como revolución criolla local de Quito, progresivamente prendió en las élites de todas las otras regiones de la Audiencia y, además, en las más amplias capas sociales. Gracias a esas élites criollas que encabezaron todo el movimiento, la Independencia nos permitió romper con el yugo colonial, afirmar la identidad nacional y liberar al país para construir una República soberana, edificada bajo los conceptos y principios de la democracia liberal.Naturalmente, la Independencia tuvo un serio límite: produjo la liberación nacional del país frente al coloniaje pero no un profundo y radical cambio social. La Independencia no pudo ser una auténtica revolución social, ya que después de haberse consolidado y tal como ocurrió en toda América Latina, el poder en el Ecuador quedó en manos de las oligarquías terratenientes, militares y políticas que hegemonizaron en el nuevo Estado.Contra ese Estado oligárquico han venido luchando las capas medias y populares del país. Por eso es que, en el Año del Bicentenario, el mejor homenaje que cabe hacer a nuestros próceres y patriotas, y a todos nuestros movimientos sociales que han buscado la auténtica democracia en el Ecuador, es profundizar y consolidar radicales cambios sociales que permitan la “segunda independencia” nacional, para un Buen Vivir.